miércoles, 16 de julio de 2014
A una persona se le conoce por cómo te trata cuando ya no te necesita
A estas horas los recuerdos arañan la puerta de la habitación, con la intención de entrar y jodernos. Es que así son los recuerdos; miras a tu alrededor, te sientes triste y lloras al ver que nada es como lo era antes, y te dices que ojalá las lágrimas se llevaran consigo el dolor interior que ellos provocaron justo cuando decidieron irse para no dar marcha atrás, y qué sabrán del gran vacío que ahora causan, ese vacío que te produce nauseas y mareos, que ni siquiera la nicotina ni la cafeína pueden llenarlo, porque no está necesitado de eso, sino de respuestas a las preguntas que te planteas cada noche; una explicación al adiós que nunca dijeron. "Que vuelvan y que por lo menos se despidan de mi, joder", te dices a ti mismo mientras te rompes. Tú y tus insomnios les echáis e menos, porque un día fueron la felicidad más grande que tuviste en tus manos, porque te marcaron, porque te hicieron ver la vida de una perspectiva muy diferente a la que tenías antes de conocerlos, antes de que entraran a tu vida y se convirtieran en el todo de la nada como el resurgimiento de algo, o de alguien, o de ti mismo. "Algún día todo esto será parte de mi pasado", piensas. Pero el pasado siempre está ahí, viéndonos desde la esquina por la cual pasamos a diario y que tanto nos duele, incluso nos saluda y nos dice "ven, recuérdame, porque yo un día fui tu presente y te hice feliz". Y lo fue, pero hay cosas que es mejor dejarlas como están, porque si las movemos o tan siquiera las tocamos, dolerán el doble. Y lo que darías por tener una máquina del tiempo para regresar justo cuando ellos también eran tus momentos felices.
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Veeeeenga, seguro que te encanta la entrada de hoy :D